23.5.14

No todas las mantas abrigan igual

Ella se tapaba todas las noches, y, bajo su edredón y un par de mantas, sentía que le faltaba el calor que sólo le daba él. Encendía el radiador, el que tenía enchufado y, aún así, temblaba de no tenerle al lado. Probó a ponerse calcetines gordos y una sudadera, pero la cama seguía fría si le faltaba.

Pasaron los días, grises y oscuros, llenos de sombras, ni el café caliente que siempre la reconfortaba, lograba calentarle el cuerpo, el frío le comía los huesos. Las mantas no servían y se gastó la mitad de su dinero en radiadores, pero él no estaba y eso era lo más frío de todo. Pasaron noches sin apenas dormir, noches frías, como las del Polo Norte, y, cuando menos se lo esperaba, cuando había llenado el armario de ropa que le calentase un poco, volvió él, para calentarle el alma.

Él compensó las noches de frío, quitó las mantas para taparla con su cuerpo, devolvió los radiadores a las tiendas y cambió los calcetines y las chaquetas por sus mimos. Ella volvió a sonreír, a llevar sus vestidos favoritos y a bailar y cantar cuando él tocaba la guitarra.

Las noches eran cálidas, hasta la noche en la que se fue.
Se marchó tras un beso y susurrando "adiós". 
Ella se escondió en la cama y decidió no salir hasta que en su vida fuese primavera otra vez, hasta que él volviese a cuidarla.
Se tapó con recuerdos y esperó, sabía que él volvería. 

Él volvió, prometiendo que algún día no se marcharía más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario